miércoles, 7 de abril de 2010

¡Hágase la luz!

En todas las épocas hay personas que deciden aceptar y respetar la interpretación del mundo que les ofrecen los demás, o sea, sus padres, los antepasados, los sacerdotes, los profesores o las autoridades que gobiernan. Podemos llamarles en sentido amplio ''creyentes'', porque se creen lo que les enseñan esos venerables maestros sociales. Su comportamiento es semejante al de los niños, dado que mientras somos pequeños no tenemos más remedio que creer lo que nos cuentan los adultos para ir aprendiendo poco a poco cosas del mundo. Mientras fuimos niños, todos éramos creyentes, qué remedio. Podemos decir que quieres siguen siendo ''creyentes'' cuando crecen es porque eligen en cierta medida ser niños toda la vida... Resulta más cómodo, más tranquilizador, se busca uno menos problemas...
Otras personas, en cambio, dejan de ser creyentes en cuanto se van haciendo mayores. Deciden pensar por sí mismas y poner en cuestión lo que les han lo que les han enseñado en lugar de creérselo a pies juntillas. Estudian la realidad, atienden a lo que les demuestra su experiencia, contrastan opiniones distintas y aun opuestas a lo que predicaron sus mayores, etcétera. Y sobre todo, se fían más de sus razonamientos que de las lecciones recibidas, por muy venerables que sean. Algunas veces, después de todo, llegan a la misma conclusión que les habían enseñado sus mayores, pero ya no la aceptan porque viene de la temida autoridad, sino porque ellos han sido capaces de pensarla como verdadera. En otros muchos casos, en cambio, descubren que las viejas creencias eran falsas y que hay que sustituirlas por otras mejor fundadas, o al menos plantear dudas razonables. Esto suele traerles problemas, porque los creyentes les llamarán ''herejes'', ''impíos'', ''subersivos'' y no sé cuántas cosas más.
Yo les llamaria simplemente ''pensantes''.

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