miércoles, 11 de enero de 2012

Ya si eso... mañana...

''Como soy el diablo y aún he sido duende, busqué ocasión de echar una ojeada por el agujero de una cerradura. Su señoría estaba echando un cigarrito al brasero, y con una charada del Correo entre manos que le debía costar trabajo el acertar. 'Es imposible verle hoy, le dije a mi compañero; su señoría está en efecto ocupadísimo.'

La pereza es la verdadera intriga; os juro que no hay otra, ésa es la gran causa oculta:
es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas.
[...] pero veo por sus gestos de usted, concluí interrumpiéndome oportunamente a mí mismo, que es muy difícil convencer al que está persuadido de que no se debe convencer.''

Dejemos esta cuestión para mañana, porque ya estarás cansado de leer hoy: si mañana u otro día no tienes, como sueles, pereza de volver a la librería, pereza de sacar tu bolsillo, y pereza de abrir los ojos para ojear las hojas que tengo que darte todavía, te contaré cómo a mí mismo que todo esto veo y conozco y callo mucho más, me ha sucedido muchas vecs, llevado de esta influencia, hija del clima y de otras causas, perder de pereza más de una seguidas; te añadiré que cuando cierran el café me arrastro lentamente a mi tertulia diaria (porque de pereza no tengo más que una), y un cigarrito tras otro me alcanzan clavado en un sitial, y bostezando sin cesar, las doce o la una de la madrugada; que muchas noches no ceno de pereza, y de pereza no me acuesto; en fin, lector de mi alma, te declaré que de tantas veces como estuve en esta vida desesperado, ninguna me ahorqué y siempre fue de pereza.

Y concluyo por hoy confesándote que ha más de tres meses que tengo, como la primera entre mis apuntaciones, el título de este artículo, que llamé Vuelva usted mañana; que todas las noches y muchas tardes he querido durante todo este tiempo escribir algo en él, y todas las noches apagaba mi luz, diciéndome a mí mismo con la más pueril credulidad en mis propias resoluciones: ¡Eh, mañana le escribiré! Da gracias a que llegó por fin este mañana, que no es del todo malo; pero ¡ay de aquel mañana que no ha de llegar jamás!




No será más que una condición. No más que un espejismo. La pereza, como el bien y el mal, no deja de ser un término acuñado para explicar la forma que nos contiene. Lo que M.J. no dejó muy claro, es si elegimos cada una de estas formas o se nos imponen. Si nacemos con la determinación de ser tal cual dejando siempre cosas que hacer al mañana, o podemos evitar las tentaciones diarias que nos introducen de nuevo en esos conceptos ''negativos''. ¿De verdad podemos elegir ser buenos, malos, perezosos o activos? Dispuestos, retraídos, tímidos, locuaces, ansiosos, espléndidos, bondadosos, maliciosos, engreídos, divertidos... ¿o no son más que palabrejas que, en boca de otro, nos intentan definir? ¿Somos realmente lo que oímos ser?

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